
El Enigma del Paso Dyatlov
Febrero de 1959. Una fecha que para muchos es solo un número más en el calendario del siglo XX. Pero para los investigadores de lo desconocido, esa fecha está marcada con el hielo eterno del Paso Dyatlov, un paraje inhóspito en los Montes Urales del norte de Rusia. Nueve excursionistas soviéticos, jóvenes y brillantes estudiantes del Instituto Politécnico de los Urales, emprendieron una expedición de esquí de alta montaña, liderados por Igor Dyatlov, un joven ingeniero de apenas 23 años. Ninguno de ellos regresó con vida.
El grupo estaba compuesto por esquiadores experimentados, preparados física y mentalmente. Planeaban recorrer unos 300 kilómetros a través de las montañas, una travesía difícil incluso para profesionales. Pero el 1 de febrero, la ruta tomó un giro mortal. En algún punto, decidieron montar campamento en la ladera de la montaña Kholat Syakhl, cuyo nombre en idioma mansi significa "Montaña de la Muerte".
No se sabría nada más hasta el 26 de febrero, cuando un equipo de búsqueda encontró la tienda. Estaba semienterrada en la nieve, cortada desde dentro con cuchillos. Sus contenidos —ropa, mochilas, botas, comida— estaban intactos. Todo indicaba que los excursionistas habían huido en plena noche, con temperaturas bajo cero, descalzos y en ropa interior. Algo los había empujado a salir de inmediato, sin tiempo para vestirse.
Los cuerpos fueron descubiertos por separado, a lo largo de más de un kilómetro desde la tienda. Dos estaban cerca de un árbol, bajo las ramas rotas, sugiriendo que uno de ellos intentó trepar. Otros tres fueron encontrados entre la tienda y el árbol, como si intentaran regresar. Finalmente, cuatro cuerpos más fueron hallados dos meses después, enterrados bajo la nieve, con lesiones que desafiaban cualquier explicación lógica.
Uno tenía el cráneo hundido. Otros dos presentaban costillas rotas con tal violencia que sus órganos internos estaban destrozados. Y Lyudmila Dubinina, la única mujer entre ellos que sufrió esas heridas, fue hallada sin lengua ni ojos. Lo más extraño: no había señales externas de trauma en varios de los cuerpos. Las heridas eran internas, como si una fuerza invisible los hubiera comprimido desde dentro.
Los análisis forenses encontraron niveles anormales de radiación en algunas prendas de ropa. Las autoridades cerraron el caso con una frase tan perturbadora como vaga: “una fuerza desconocida y abrumadora causó la muerte”. Durante décadas, los archivos permanecieron clasificados. La especulación creció.
Entre las teorías más comunes está la de una avalancha. Pero muchos expertos descartan esta posibilidad: la tienda no fue enterrada, las heridas no corresponden a este fenómeno, y los excursionistas se habrían vestido antes de huir.
Otra teoría apunta a experimentos militares secretos: minas, armas sónicas, misiles. La radiación, los cuerpos destruidos, el silencio del gobierno… todo encajaría. Incluso se han reportado luces extrañas en el cielo la misma noche del suceso.
La teoría del infrasonido, impulsada por el investigador Donnie Eichar, sugiere que el viento pasó por la montaña y generó un sonido de baja frecuencia que indujo pánico extremo. Pero tampoco explica las heridas físicas.
Los más osados hablan de criaturas invernales, o incluso de contacto extraterrestre. El estado de los cuerpos, los efectos en los tejidos y las desapariciones oculares alimentan esta posibilidad.
Finalmente, algunos han sugerido que el grupo se enfrentó entre sí, debido a una crisis de pánico o un brote psicótico colectivo. Pero los diarios hallados indican que el grupo estaba unido y en buen estado emocional.
En 2020, el gobierno ruso reabrió el caso y concluyó que una combinación de factores naturales —principalmente una pequeña avalancha— causó la tragedia. Sin embargo, esta versión no ha sido aceptada por la mayoría de expertos independientes.
El Paso Dyatlov sigue siendo un monumento silencioso a lo inexplicable. Hoy, turistas, científicos y curiosos llegan al lugar, no en busca de respuestas, sino de conexión con un misterio que ha trascendido generaciones. Y mientras los ecos del viento barren la nieve, muchos aún creen que los gritos de aquellos jóvenes continúan resonando entre las montañas.
El caso Dyatlov, más de sesenta años después, sigue abierto. Y quizás siempre lo esté.
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