
Caso Napolitano: Sombras en la Noche
En la primavera de 1989, en el Lower East Side de Manhattan, llegó a oídos del ufólogo Budd Hopkins una carta inquietante: una ama de casa llamada Linda Napolitano describía un bulto extraño en su nariz y luces verdosas rozando el cielo de su cocina. Tenía 35 años, dos hijos pequeños y un hogar aparentemente normal en un piso 12 de Ludlow Street. Pero en esas líneas, el miedo se colaba entre palabras nerviosas: “Doctor Hopkins, creo que no es un simple resfriado…”.
Si me permitís un inciso os hablaré brevemente del Dr. Elliot “Budd” Hopkins nacido en 1931 en el estado de Virginia, Estados Unidos. Comenzó su carrera como pintor y escultor de formación abstracta. Se formó en Bellas Artes en Nueva York y pasó a formar parte de la misma escuela, exhibiendo junto a Franz Kline y Mark Rothko; sus esculturas de metal Pulido que llegaron al MoMA, al British Museum y a la Córcoran Galery.
En agosto de 1964, un avistamiento diurno de un OVNI sobre Cape Cod hizo añicos su visión del mundo: desde entonces estaba convencido de la existencia de “factores desconocidos” —esas variables que imposibilitaban comprender y validar experiencias como aquella.
Algunos de esos factores eran…
La Amnesia y los recuerdos reprimidos
Muchas personas reportaban pérdida de memoria de horas o incluso días, y el único modo de “recuperar” esos recuerdos era la hipnosis regresiva. Pero en aquel entonces se ignoraba hasta qué punto la hipnosis podía implantar recuerdos falsos o distorsionar los originales.
La esencia de testigos y pruebas físicas fiables
Esto significaba que la mayoría de las abducciones sucedían a solas, sin testigos ni señales físicas como (huellas, vídeos, radiación, etc.).
Y finalmente tenemos el contexto cultural y el estigma social
El hecho de decir “me secuestró un platillo volante” era visto como una locura. Sobre todo en aquellos tiempos el público en general y los psicólogos lo tildaban de invención, con lo que muchos posibles casos nunca salieron a la luz,
Hay más factores, pero he nombrado los que creo son más importantes.
Entonces sigamos con la historia, el Dr Hopkins, en los años 70 empezó a recibir cartas de personas con estos “tiempos perdidos” y encuentros con “grises”, que según las personas abducidas dicen de ellos que son unos seres pequeños, e incluso les pusieron el mote de “científicos” cósmicos.
Son seres de piel ceniza, cabezas desproporcionadas, ojos negros almendrados que parecen espejos sin reflejo, cuerpos esbeltos de menos de metro y medio, brazos y piernas finísimos, y casi ningún rasgo facial salvo dos agujeros diminutos como nariz y una línea en la parte de la boca.
Dicen los abducidos que se comunican telepáticamente y según relatos de algunas personas que han pasado por estos sucesos dicen que estos seres adoran hurgar en nuestros recuerdos y tejer con fichas clínicas todo nuestro mundo.

Cuando Hopkins aprendió técnicas de hipnosis regresiva para explorar memorias ocultas, publicó varias obras como el Tiempo perdido en (1981) e Intrusos en (1987). Su obra, Testigo: La verdadera historia del Puente de Brooklyn de (1996) documenta el caso de Linda y los 23 testigos que la vieron flotar. En 1992 fundó Intruders Foundation para apoyar a presuntos abducidos y financiar investigaciones independientes.
En un principio estos 23 testigos independientes confirmaron que a las 3:00 de la madrugada del 30 de noviembre de 1989, un haz de luz azul desgarró la ventana del apartamento de Linda. Los vecinos constataron una figura levitando unos 70 metros sobre el asfalto y orientándose hacia un objeto ovalado suspendido en el cielo. La portera del mismo edificio, describió a Linda como “un ángel atrapado en un foco”; un taxista se detuvo y murmuró: “Jamás olvidaré esa silueta en pijama flotando sobre los coches”.
Richard y Dan eran dos guardias de seguridad que, según Budd Hopkins, trabajaban para un cliente de alto perfil que visitaba Nueva York aquella noche. En su carta a Hopkins relataron que, aparcados bajo la FDR Drive la madrugada del 30 de noviembre de 1989, vieron “tres figuras extrañas” —los supuestos Grises— y a una mujer en camisón (Linda) flotando fuera de una ventana rumbo a un OVNI. Tras confirmar que la mujer seguía viva, incluso fueron a su apartamento y reaccionaron con gran emoción al reconocerla.
Y así arrancó la investigación que cambiaría todo.
Hopkins la sometió a hipnosis regresiva en una sala con luz tenue, paredes cubiertas de paneles insonorizantes y un solo foco iluminando al investigador y al sujeto. Con voz monótona y pausada, Hopkins guio a Linda a través de su propia memoria. Cada vez que evocaba el pasillo metálico, sus manos temblaban levemente y una gota de sudor recorría su frente; el eco de las palabras llenaba el silencio oscuro, transportándola de nuevo al interior de aquella nave imposible. Bajo hipnotismo, revivió cada segundo de la abducción: el frío que calaba hasta los huesos, la cara inexpresiva de los grises y el zumbido de las luces rojizas. Describió con detalle un fragmento metálico, que posteriormente, fue analizado por un laboratorio independiente y cuyas aleaciones resultaron desconocidas.

Cabe señalar que, en estas sesiones Hopkins solía invitar a psicólogos y forenses, quienes llegaron a la misma conclusión: bajo hipnosis los pacientes se dejan llevar fácilmente, fabrican detalles o confunden recuerdos, sobre todo cuando la sala está diseñada para inducir ciertas evocaciones que benefician al investigador. Sin testigos independientes ni evidencias objetivas, resulta imposible conceder credibilidad al relato, tanto para la comunidad científica como para el público en general.
Durante la regresión, Linda contó que la condujeron por un pasillo de acero iluminado por luces rojizas. Allí, tres figuras grises la examinaron de pies a cabeza y, con la precisión de un cirujano, insertaron un minúsculo proyectil en su fosa nasal izquierda. El silencio absoluto del cuarto, el retumbar de sus propios latidos y un fogonazo blanco la arrastraron al borde de la inconsciencia.
Es aquí cuando Hopkins presentó un fragmento metálico extraído del rostro de Linda al mundo y que consideró prueba irrefutable de su relato. Pero los escépticos no tardaron en advertir nuevamente que, sin testigos independientes ni métodos de verificación rigurosos eran simplemente falsos constructos inducidos bajo hipnosis.

Paralelamente, los tabloides pronto la apodaron “La levitadora de Manhattan”. En sus portadas sensacionalistas, su silueta flotante aparecía recortada sobre un vibrante fondo azul eléctrico. Mientras tanto, los hijos de Linda —Steven y John— escuchaban fascinados las entrevistas de su padre, cuyo nombre varía según las fuentes (algunas lo citan como Steve, otras como Michael). Para evitar confusiones, lo llamaré Michael en adelante, pues él se encargó de defender incansablemente la versión de su mujer en cada conferencia y reportaje.
Pero esta historia no quedó en las portadas de las revistas y los periódicos. Treinta años después, en octubre de 2024, Netflix estrena la docuserie… Abducción extraterrestre en Manhattan, dirigida por Carol Rainey, viuda de Hopkins. Linda responde a la docuserie con una demanda porque según ella, Netflix convirtió su testimonio en una telenovela alienígena.
Según Linda se quedan en el miedo de los efectos y las tomas de suspenso, pero se olvidan de contar lo que de verdad importaba: el pánico real de Linda al despertarse sin recuerdos y la sombra de humillación que arrastró después.
1. Acusa a los guionistas de meter “flashbacks” y voces en off que ella jamás relató, construyendo un arco dramático a costa de sus declaraciones reales.
2. Tampoco mencionan que ella misma escribió a Hopkins antes de la abducción de noviembre de 1989 para hablar de un bulto nasal, relegando ese dato a un simple prólogo.
3. Y por último dañan su reputación al presentarla como una “víctima histérica” más que como testigo seria, piensa que la han difamado al exagerar sus lagunas de memoria y sus regresiones hipnóticas.
Pero ese juicio no empezó en Netflix, sino décadas atrás: en aquellos años (décadas de 1970 y 1980), la comunidad científica miraba las narraciones de abducción con escepticismo rotundo.
Según la ciencia de la época:
La explicación mayoritaria era que las abducciones emergían de procesos de la mente humana —sugestión, fantasía y factores culturales— más que de visitas reales de otro mundo.
Y la hipnosis como un cajón de confabulaciones. Bajo trance, los pacientes eran enormemente sugestionables, lo que facilitaba la creación involuntaria de “recuerdos” falsos. Por ello muchos investigadores tachaban la regresión hipnótica de herramienta poco fiable para reconstruir sucesos reales
Actualmente, tras medio siglo de estudios interdisciplinares, el consenso sigue apuntando a explicaciones humanas, aunque con matices nuevos:
Estados de sueño y paralización. Se ha demostrado que fenómenos como la parálisis al dormir, los sueños lúcidos y los desórdenes del REM pueden generar experiencias vividas de “encuentros” con criaturas alienígenas
Más allá de simples fraudes, muchos investigadores ven en las abducciones un fenómeno que mezcla predisposiciones personales (alta “absorción” cognitiva que es la creencia en lo paranormal) con relatos moldeados por la cultura popular y los medios.
Según el público en general:
La ciencia desconfiaba, el público tampoco se quedaba atrás, en aquellos años, la ciudadanía vivía entre el morbo y la mofa: los quioscos vendían portadas amarillistas, la gente comentaba el “show de la levitación” en cafeterías y sobremesas, y muchos veían el relato de Linda como un cuento de bar.
Hoy en día, la historia de Linda Napolitano levanta pasiones a partes iguales:
En foros de Reddit, grupos de Facebook y pódcast especializados, hay quien defiende su caso como un “clásico” de abducción: señalan cada guiño de la docuserie, rescatan testimonios olvidados y exigen a Netflix una segunda temporada para “cerrar el círculo”.
Y en Twitter e Instagram abundan los tuits tipo “#FakeAbduction” y los hilos que desmontan fotograma a fotograma los “fallos de continuidad” —desde la iluminación de las recreaciones hasta la incongruencia de las fechas— para soltar un “me lo creo lo justo”.

Entre el escarnio público y los análisis virales, hoy en día la familia Napolitano sigue unida y afrontando el día a día de forma muy centrada en su batalla legal y en mantener cierta discreción:
• Linda, ahora instalada en Tennessee, continúa firme en su demanda por difamación contra Netflix y participa en conferencias sobre abducciones, reivindicando siempre su versión de los hechos.
• Michael (a quien muchos llaman Steve), su marido, sigue a su lado como apoyo incondicional: viaja con ella a actos públicos y aparece junto a Linda en entrevistas y ruedas de prensa de la querella.
• Steven, el hijo mayor, prefiere mantenerse al margen de los focos; apoya la causa desde la sombra y solo da declaraciones cuando es imprescindible.
• Johnny, el menor, ha hablado públicamente de la terapia que realiza para procesar el impacto de todo aquello en su infancia, y aún así acude a actos benéficos que su madre organiza sobre salud mental y experienciología.
En conjunto, los Napolitano han convertido su experiencia en una causa: se respaldan mutuamente, defienden activamente su historia y tienen un perfil que busca combinar visibilidad (cuando conviene) con la privacidad familiar.
Y bueno amigos entre portadas, docuseries de alto presupuesto, hilos virales y demandas millonarias, la historia de Linda Napolitano se eleva más allá de un simple relato de abducción: se convierte en un pulso feroz entre la sed de espectáculo y la búsqueda de la verdad. Mientras el mundo digital la acribilla con “#FakeAbduction” y los cínicos descuartizan cada fotograma, la familia Napolitano permanece en pie, desafiando el ruido con su reclamo de justicia y su fidelidad inquebrantable. Porque al final, no es solo qué sucedió aquella noche de 1989, sino quién tiene el valor de contarlo sin perder la voz. Y ahí radica el verdadero misterio.
Sin más misterios por hoy, me despido… pero ya saben dónde encontrarme cuando las luces parpadeen.
Hasta la próxima!!!!