Caso Miriam Vallejo Pulido

Miriam Vallejo, o "Mimy" como la conocían sus amigos, nació en 1993 en Villanueva de la Torre, Guadalajara, España, en el seno de una familia trabajadora, de esas que se arremangan y lo dan todo por los suyos. Desde pequeña fue una niña empática, dulce y extremadamente sensible al sufrimiento ajeno. Adoraba los animales: rescataba gatos callejeros, cuidaba perros como si fueran hijos, y desde entonces su vida giraba en torno a ellos. Ese amor no fue una fase infantil. La acompañó toda la vida. Tenía varios perros —algunos suyos y otros que cuidaba—, y cada uno era como un hijo para ella. Fue precisamente ese amor lo que la llevó a salir de casa aquella noche fatal de enero: salió a pasear a los perros de su compañera de piso, Celeste, como hacía a menudo, por pura generosidad.

Estudió Farmacia, y tras graduarse comenzó a trabajar como técnica de laboratorio en una farmacéutica de Alcalá de Henares. Sus compañeros la describían como cariñosa, tranquila, discreta y siempre dispuesta a echar una mano. Tenía sueños sencillos: vivir con sus perros, seguir formándose, y algún día montar algo propio, quizás una clínica para animales o un herbolario. No soñaba con grandezas, sino con una vida plena y buena. Era de las que te mandan un audio de seis minutos solo para saber cómo estás. Valoraba muchísimo la lealtad y la honestidad. Por eso, cuando empezó a ver cosas raras en la relación de su amiga Celeste con Sergio, no se calló. Le advirtió. Le habló claro. Sin imaginar que estaba sellando su destino.

 

El 16 de enero de 2019 fue su última tarde con vida. Miriam salió a pasear a los perros como hacía siempre. Cuatro en total: los suyos y los de Celeste.

Salió andando, sin móvil —se lo había dejado en casa—, sin saber que alguien la estaba siguiendo.
El camino era conocido: una zona boscosa y sin iluminación en dirección a Meco, un descampado rural entre campos y senderos de tierra. Un lugar tranquilo… pero aislado.

A unos 400 metros del núcleo urbano, alguien la emboscó por detrás. El atacante no le dio opción. La apuñaló con una violencia descomunal: 89 puñaladas. En brazos, espalda, cuello, rostro…
Una agresión tan salvaje que solo puede tener un nombre: odio personal.

Esto no fue un robo. Ni un arrebato. Fue algo planificado. Y visceral.

Pero Miriam luchó. Se defendió. Gritó. Intentó escapar. Incluso llegó a arrancarle el pasamontaña a su agresor —algo que después se convertiría en una de las pruebas clave.

Pasaron más de doce horas. Nadie supo nada.

 

Fue el 17 de enero, a las 13:30, cuando una pareja encontró su cuerpo boca abajo, desangrada, con heridas en rostro, cuello, espalda y pecho.
No había signos de robo. Ni de agresión sexual.

Solo sus perros junto a ella.
Uno de ellos aún le lamía la cara, como si no aceptara lo inevitable.

Esa escena rompió el alma de los primeros agentes.
Y la de cualquiera con un mínimo de humanidad.

La autopsia reveló que Miriam fue apuñalada brutalmente con un arma blanca, aunque nunca se encontró el cuchillo exacto. Por el tipo de heridas se determinó que se trataba de un cuchillo de hoja ancha y larga, probablemente de cocina o similar, con gran capacidad de penetración. Algunas heridas eran post mortem, lo que indica un ataque desatado, lleno de rabia, con ensañamiento. La forense concluyó que no fue una agresión impulsiva, sino premeditada. El agresor se cebó con ella. Fue un crimen de odio. Personal. Íntimo.

 

Desde el primer momento, la Guardia Civil descartó el móvil del robo o el ataque sexual. A Miriam no le robaron nada. Tampoco había señales de violencia sexual. Todo apuntaba a una agresión dirigida, con conocimiento previo de la víctima. Lo que más llamó la atención de los investigadores fue la cantidad de puñaladas. “Este tipo de agresión tan violenta suele estar motivada por un vínculo emocional entre víctima y agresor”, dijeron fuentes del caso. La escena del crimen estaba aislada, sin testigos, sin cámaras. Elegida a propósito. Miriam consiguió arrancarle un pasamontañas a su agresor. En él había ADN.

 

Miriam compartía chalé en Villanueva de la Torre con su amiga Celeste. Se conocían desde hacía tiempo, tenían buena relación y compartían una rutina tranquila. El tercer inquilino, sin embargo, rompía la armonía: Sergio, pareja de Celeste. Desde el principio, Sergio no encajaba. Tenía un carácter controlador, posesivo, obsesivo con su pareja. Mimi, que era empática pero muy observadora, empezó a detectar cosas que no le gustaban: celos constantes, comentarios raros, actitudes que ponían a Celeste en una posición sumisa. Según testigos, Miriam le había advertido a su amiga: “Ten cuidado con él. No me gusta cómo te trata.”

Antes de continuar, quiero aclarar algo importante.
El nombre del principal sospechoso de este caso es Sergio S.M., pero sus apellidos completos no han sido publicados oficialmente. No aparecen en autos públicos, ni en prensa, ni en registros abiertos. Por respeto a la legalidad y a la víctima, no voy a especular ni inventar datos personales. Si en algún momento esta información se hace pública de forma verificada, lo actualizaré. Hasta entonces, me referiré a él como Sergio —o como el individuo que, según la investigación, convivía bajo el mismo techo que Miriam.

 

Bien prosigamos, para Sergio , Miriam era una amenaza. No solo era la amiga íntima de su pareja, sino que era una mujer que no le tenía miedo y que lo veía venir. Ella tenía la capacidad de abrirle los ojos a Celeste, de quitarle el control. Y eso, para un tipo como Sergio, era inaceptable. En los días anteriores al crimen se registraron discusiones tensas en el entorno doméstico. Sergio se comportaba de forma más agresiva, incluso hostil, según varios testigos. Miriam llegó a comentar a su entorno que "Sergio estaba raro". Sin saberlo, vivía bajo el mismo techo que su verdugo.

Tras el asesinato, Sergio volvió a casa, durmió allí, desayunó con Celeste y fingió normalidad absoluta. Incluso participó en la búsqueda, preguntó por Miriam y se ofreció a salir con la linterna a mirar por los alrededores. Un teatro macabro que solo el tiempo y la tecnología iban a desmontar. Sergio dijo que esa noche se quedó en casa, tranquilo, sin moverse. Pero las antenas de telefonía móvil lo colocaban exactamente en la zona del crimen, a la misma hora en que Miriam fue asesinada. Había estado a tan solo 150 metros del lugar del asesinato. Su móvil estuvo apagado durante un tramo sospechoso de tiempo.

Los investigadores revisaron cámaras de tráfico, seguridad y registros urbanos. En una de las grabaciones aparece un individuo encapuchado, caminando con paso rápido en la dirección correcta. Coincide con la complexión de Sergio. Cuando se le interroga, cambia de versión varias veces: que no salió de casa, que salió a buscar a Miriam, que solo paseó un poco para despejarse. Sus declaraciones no cuadraban con los datos técnicos. Sergio tenía arañazos en el cuello y en las manos. Dijo que eran de un arbusto, o de los perros, o que no lo recordaba. Pero la autopsia de Miriam reveló que se defendió con uñas y dientes. Literalmente. Miriam arrancó el pasamontaña a su agresor. En él había ADN de Sergio. Caso cerrado.

 

Pero no hubo juicio para Sergio, pasó cuatro meses en prisión provisional, pero fue puesto en libertad porque no había pruebas concluyentes. Su defensa alegó que el ADN pudo haberse transferido por compartir lavadora. No había testigos ni imágenes claras que dijeran que exactamente era él. No se encontró el arma del crimen. La señal del móvil, aunque sugerente, no fue concluyente. El caso fue archivado por falta de pruebas en dos ocasiones: la última, en enero de 2023.

Los padres de Miriam, destrozados pero firmes, hablaron tras la decisión judicial: "A Miriam no la devuelve nadie. Pero al menos, esto le da algo de justicia." "Vivía con su asesino, le ayudó, confió en él. Y él la mató como a una enemiga." Su madre pidió que el nombre de Miriam no se olvide, y que sirva para abrir los ojos a tantas otras mujeres que quizá estén conviviendo, sin saberlo, con un monstruo disfrazado de pareja o amigo.

También hubo reacción pública: rabia, tristeza y muchas preguntas que siguen sin respuesta. ¿Por qué nadie detectó el peligro antes? ¿Cómo es posible que Miriam conviviera con su asesino sin protección? ¿Qué señales se ignoraron?

 

Pero este mes de julio de 2025, la Guardia Civil ha reabierto el caso con una nueva línea de investigación totalmente desvinculada de las anteriores, tras recabar nuevos indicios aún no revelados públicamente. Se llevó a cabo una reconstrucción de los hechos en el lugar donde fue hallada Miriam, con agentes de Homicidios, laboratorio, drones y guías caninos, en la que una agente simuló el recorrido de la víctima y gritó “¡Soltadme, dejadme!” en plural — una dramatización que apunta a la posible participación de varias personas y no de un único agresor.

La familia de Miriam está al tanto de la reapertura. Desde la Guardia Civil han trasladado un mensaje claro: “no lo vamos a dejar y no lo vamos a olvidar”, invitándoles a confiar en el nuevo curso de la investigación. Los padres de Miriam, siempre con la dignidad por delante, lo dijeron claro:

 "A Miriam no la devuelve nadie. Pero al menos, que no se olvide." Su madre pidió que su historia sirva para abrir los ojos a otras mujeres, a otras familias. Para que no se normalice vivir con miedo. Para que sepamos que a veces el monstruo duerme en el cuarto de al lado. Miriam hizo lo correcto: alertar a una amiga. Y por eso la mataron. Recordarla es un acto de justicia. Y exigir que se haga justicia, un deber colectivo.

 

Terminamos aquí. Pero Miriam no. Miriam sigue siendo la voz de muchas que ya no pueden hablar.

 

A Miriam la mataron por hacer lo correcto.
Por no callarse. Por decir lo que veía. Por intentar salvar a alguien que no quiso —o no pudo— ser salvada.

Y lo peor de todo es que lo hizo sin saber que el monstruo ya había elegido a su presa.

Durante años, su caso fue un expediente que cogía polvo, una herida abierta en una familia que no dejó de luchar, aunque el sistema les cerrara las puertas en la cara una y otra vez.
Y aún así, ahí están. Sin venganza. Solo pidiendo verdad.

 

Porque no hay paz posible cuando el asesino comparte techo, desayuno y silencio.
Porque no hay justicia mientras la impunidad tiene nombre… y dirección conocida.

Este julio de 2025, el caso se ha reabierto. ¿Será esta vez diferente?
No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que no basta con reabrir archivos si no se abren también los ojos.

No olvidemos a Miriam. No por cómo murió, sino por cómo vivió. Por lo que representaba.
Porque si ella tuvo el valor de hablar…
Nosotros, al menos, tengamos el valor de no callar.

 

Gracias por escuchar.
Y si conoces a alguien que también vive con miedo...
recuérdale esto:
el amor no controla, no amenaza, no aísla.
Y si alguna vez dudas…
piensa en Miriam.

🖤

Si quieres puedes escucharme: 

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