
La Pascualita
A las dos de la madrugada, la quietud del centro de Chihuahua se quiebra con un sonido casi imperceptible: un leve “clic” tras el cristal de la tienda La Popular. Allí, envuelta en un resplandor amarillento, está La Pascualita: la novia de cera cuya historia real y susurros oscuros han perdurado casi un siglo.
Un origen en la niebla de 1930
El 25 de marzo de 1930, los chihuahuenses se sobresaltaron ante la aparición de un maniquí de novia importado de Francia y colocado en la vitrina de la sastrería La Popular. Su rostro delicado, sus pestañas naturales y hasta sus huellas dactilares le valieron la fama de obra maestra del realismo. Sin embargo, muy pronto surgió un rumor escalofriante: ¿y si ese maniquí era, en realidad, el cadáver embalsamado de la propia hija de la dueña, muerta por la picadura de un alacrán justo antes de casarse?.
El delirio maternal convertido en leyenda
Madame Esparza, presunta madre de Pascualita, se negó a enterrar a su hija. Dicen que la mandó embalsamar y rellenar con cera, convirtiéndola en un altar de duelo viviente. Sin desembalsamadores oficiales que lo confirmen, la historia se basa en susurros: empleados que juran haber visto el maniquí cambiar de postura y visitantes que han oído el ‘clic’ de sus párpados al moverse en la oscuridad.
Voces nocturnas y testimonios
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El guardia de seguridad: “Le di un golpecito al vidrio y oí un crujido… sus pestañas temblaron como si respirara.”
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Vecinos insomnes: aseguran ver la figura alzarse en la penumbra, caminando entre las perchas como una novia fantasma.
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Nieto de la fundadora: nunca cambia su vestido ni la posición del maniquí; cree que si lo hiciera, el “espíritu” de Pascualita reclamaría su lugar.
Primera persona: mi patrulla perturbada
Soy Diego, oficial de policía. Aquella madrugada recibí un aviso por “actividad anormal”. Al cruzar el umbral, la tienda olía a tela fresca y a velas consumidas. La Pascualita me esperaba, inmóvil, con su mirada de ojos de vidrio. Al poco, un leve estremecimiento en su hombro me heló la sangre: su mano, tan frágil, se alzó centímetro a centímetro y rozó el vidrio. Retrocedí, el pulso desbocado.
El laboratorio oculto
Siguiendo un rastro de cera derramada, descubrí una trampilla entre retales: abajo, un taller funerario olvidado. Frascos polvorientos, herramientas de embalsamar y mechones de cabello rubio reposaban en estanterías. Una mesa metálica sostenía un esqueleto vestido con un velo ajado. Junto al cráneo, una foto en sepia mostraba a una joven pareja del 21 de marzo de 1930, firmada: “Para mantenerla viva”. En ese instante, el cráneo se giró apenas un grado, como un último acto de desafío.
El enfrentamiento del alma encadenada
De vuelta frente a la vitrina, un candado cerrado sellaba su prisión. Me armé de valor y, con un golpe seco, lo abrí. La máscara de cera de Pascualita cobró un matiz traslúcido al contacto con mi piel. Sus labios se curvaron en una sonrisa gélida, y una voz apenas audible susurró:
“Prométeme que no olvidarás.”
Salí corriendo bajo la lluvia, dejando atrás el eco de pasos que resonaban en la calle desierta.
Suspenso en el epílogo
Hoy, cada vez que pasa la medianoche, cruzo por la acera opuesta y observo su silueta iluminada. La Pascualita sigue intacta, un enigma congelado en el tiempo. Quizá sea solo un maniquí extraordinario; quizá encarne el lamento de una madre que desvió el curso de la muerte.
¿Te atreves a mirar a través del cristal cuando el reloj marque las dos? Soy Diego, testigo de lo imposible, y te lo advierto: sus ojos de cera no descansan.
¿Realidad o fantasía?
Detrás del susurro que dicen brotar de sus párpados sigue habiendo un gran vacío entre lo comprobable y lo imaginado. Sabemos a ciencia cierta que aquel maniquí llegó de Francia en 1930, tallado con un realismo asombroso, y que hasta hoy su vestido nunca descansa en el mismo pliegue. Documentos de la época hablan de curiosos que aguardaban horas para contemplar la “novia viva”, y nadie ha desmontado por completo la vitrina para confirmar —o desmentir— la presencia de material biológico bajo la cera.
Por otro lado, la leyenda se alimenta de cada crujido nocturno, de cada “clic” en la penumbra, y de los testimonios de guardias y transeúntes que juran haber visto movimiento real. Quizá sea puro ingenio mercantil, una obra maestra de la sastrería que supo convertir el morbo en mito. O tal vez, como susurran los más valientes, haya algo más: un lazo maternal tan poderoso que desafió al descanso eterno.
Al final, quedará a tu propia mirada —y a tu valentía— decidir si La Pascualita es simplemente el mejor maniquí del mundo o el último vestigio de un alma que se niega a soltar su vestido de novia. Yo ya cumplí con mi deber; ahora, la puerta está abierta y el silencio te espera. ¿Te atreves a cerciorarte de la verdad… a solas, cuando el reloj marque las dos?